Desde la ventana del salón se puede ver la niebla cubrir las montañas, se oyen los ruidos habituales del colegio y los otros alumnos. Nos conocimos en 9 grado, compartimos una breve y distanciada amistad.

Habitamos espacios comunes: los uniformes monocolor o las tardes tediosas bajo la lluvia de la sabana de Bogotá. Copiábamos nuestras tareas y en los tiempos muertos hablábamos de que queríamos hacer después del colegio…

SEND. Después de enviar un emoji que atravesó varias ciudades la cosas empezaron a tener un nuevo sentido. Esperábamos horas de diferencia para recibir una foto, un saludo o un ¿Qué tal esa mezquita, te gustó?

– Veámonos en Bogotá, vamos por sushi –
Nos escribimos antes de volvernos
a ver después de 10 años…

El mar donde fuimos libres de
tapabocas y alcohol en gel.

Las nubes nos acompañaron mientras aceptábamos nuevos retos y sueños en nuestras vidas.

Los besos que nos vigilaron y cuidaron mientras encontrábamos nuevas formas de habitar juntos.

–Tu y yo sobre el agua nos queremos­­–.

Parecía que nada había cambiado además del sí, las ciudades europeas se mantendrían por siempre bonitas y el brillo de la mezquita blanca duraría eternamente.
El sol resplandecería y las noches serian
más o menos calientes, pero sabíamos que estaríamos juntos y casados.

–¿Nadamos?–.